lunes, 2 de mayo de 2016

Telegrafía Óptica en España


Las "Torres del telégrafo" son "torres de señales" que hacían las funciones de estaciones repetidoras de mensajes codificados. Formaban parte de una red de transmisión de señales a distancia, son los orígenes de las redes de telecomunicaciones.
El envío de información por medio de señales había sido utilizado desde la antigüedad, pero no será hasta 1792, con el telégrafo óptico del francés Claude Chappe, cuando surge el sistema que conocemos como telegrafía óptica o "telegrafía aérea". Su desarrollo fue generalizado en toda Europa durante la primera mitad del siglo XIX, un sistema que se vio favorecido por la aparición de los catalejos acromáticos que permitían situar las torres a considerables distancias, entre dos y tres leguas (entre 8 y 12 Km.)
Eran de uso exclusivo del gobierno, no era un sistema abierto a los particulares. Desde la cabecera de línea se enviaban noticias u órdenes por medio de signos cifrados que se transmitían mediante un dispositivo colocado en la cubierta de las torres. Los signos recibidos eran sucesivamente repetidos por los torreros, sin saber el significado del mensaje, y de ese modo, de torre en torre, los mensajes codificados llegaban en breve tiempo al otro extremo de la línea. La velocidad era muy variable, con buenas condiciones atmosféricas, en menos de una hora podía transitar un mensaje por las 30 torres que formaban la línea de Madrid a Valencia, una velocidad media de más de 300 Km/hora. 
Toda una revolución, ese mismo mensaje, usando el sistema tradicional del "correo de gabinete", el servicio de postas a caballo, podía emplear hasta 3 o 4 días en llegar a Valencia.


Después de varios ensayos de telegrafía óptica (Betarncourt, Hurtado, Lerena, Santa Cruz, entre otros), bajo el reinado de Isabel II, en 1884, el gobierno aprueba el sistema propuesto por el entonces Coronel del Estado Mayor José María Mathé.
Se trataba de un ambicioso plan para unir Madrid con todas las capitales de provincia, nacía con un objetivo que deja claro el diputado Campoy y Navarro en el debate de los presupuestos de 1849, cuando se aprueban 24 millones de reales para construir torres de telegrafía:
"Los telégrafos son un medio de gobierno indispensable, aumentan su acción y sus palabras llegan al momento"; "Se trata de poner a Valencia donde está Vallecas, a Zaragoza donde está Canillejas y a Cádiz donde está Getafe. Su único objeto es aumentar la acción del gobierno en las provincias en la misma proporción que se acortan las distancias".
Una inversión muy discutida, algunos senadores indican que "aprobar 24 millones para telégrafos era arrojar el dinero al arroyo"
En esas mismas fechas se estaba experimentando con la telegrafía eléctrica, Francia había apostado por ella, incluso en ese mismo año de 1849 una compañía alemana hace una oferta al gobierno para construir telégrafos eléctricos.
La telegrafía aérea ya resultaba anticuada, pero todavía la telegrafía eléctrica no contaba con las suficientes garantías para cubrir un territorio tan amplio. Además, España vivía un periodo especialmente convulso por los conflictos dinásticos, un cable podía sabotearse fácilmente, por lo que se valora como el sistema más seguro y fiable.
En cualquier caso, el tránsito hacia la telegrafía eléctrica estaba en marcha y finalmente sólo se construyen tres grandes líneas de torres, todas con una vida muy corta:


Línea de Castilla
Madrid-Irún
52 torres
1846-1855
Línea de Cataluña
Madrid-Valencia
30 torres
1849-1856
Línea de Andalucía
Madrid-Cádiz
59 torres
1850-1857
Aunque la fecha que aparece en la Gaceta de Madrid es posterior, 24 de Octubre de 1849, la línea de Valencia ya funcionaba de modo formal desde el día 10 de Octubre, cumpleaños de Isabel II, y dos meses antes se habían iniciado con éxito transmisiones. 
El primer despacho telegráfico es del 31 de agosto de 1849. Conocemos también su contenido: Desde la Torre de San Francisco en Valencia se transmite a Madrid la felicitación por la onomástica del Presidente del Consejo de Ministros, Ramón María Narváez.
Al año siguiente, el 25 de agosto, se abre el ramal de Tarancón a Cuenca. También llegan a funcionar tramos parciales entre Valencia y Barcelona, pero sin que en ningún momento llegue a estar habilitada por completo la línea de Madrid a Cataluña.
La cabecera de línea del tramo Madrid a Valencia estaba en la Real Casa de la Aduana de la calle Alcalá. Al año siguiente, buscando mejorar su visibilidad, se traslada esa primera torre al castillete que aún se conserva en la parte meridional de los jardines del Retiro.
La torre nº2 estaba en el Cerro Almodovar, en Vallecas, frente al Barrio de Santa Eugenia, la nº3 en los altos de Rivas (se ha conservado el topónimo), y la nº4 era la Torre del Campillo en Arganda.
Le siguen la de Perales de Tajuña (no prevista inicialmente, se inaugura en octubre de 1850), dos en el municipio de Villarejo de Salvanés, y la Torre nº8 y última de la Comunidad de Madrid, la de Fuentidueña de Tajo, donde en 1854 falleció fulminado uno de sus torreros, José Ferrat, al entrar un rayo por la mira del observatorio, seguramente atraído por el metal del catalejo. 




Acorde con su función gubernamental la torre era una pequeña fortificación y su guarnición estaba formada por antiguos militares: dos torreros que se turnaban en el servicio, y la ayuda de un ordenanza, que, según el reglamento, tenía entre sus obligaciones de asistencia llevar los mensajes urgentes en mano hasta la siguiente torre en caso de falta de visibilidad, una buena caminata y llevando consigo el fusil reglamentario.
 Los torreros, junto con su familia, tenían domicilio en la localidad más cercana, no podían vivir en ella, y se desplazaban a diario antes de las primeras luces del día, normalmente con la ayuda de una caballería, un trasiego que se intentaba evitar haciendo turnos completos de 24 horas. La torre consta de tres plantas, comunicadas por una escalera de caracol, y azotea donde se instala el telégrafo. El mecanismo de transmisión se acciona desde la tercera planta, un sistema de engranajes, poleas y cables que hacen subir y bajar los dos indicadores: el cilindro central que señala el código a transmitir, y la esfera lateral que avisa de incidencias en el servicio. Para facilitar su movimiento, el mecanismo contaba con dos contrapesos que asomaban por la planta segunda a través de una trampilla en el suelo.
El observatorio de la tercera planta es el corazón de la torre, estaba expresamente prohibido el acceso a personas ajenas, nadie podía presenciar la transmisión de los despachos telegráficos.
En ese reducido espacio pasaban los torreros largas jornadas, atentos a los mensajes de alerta de las torres de vanguardia y retaguardia, siempre en observación, valiéndose de unos catalejos colocados en dos huecos practicados en los muros. La puerta de acceso a la torre estaba situada en altura, en la planta primera, era necesario apoyar una escalera de mano que se retiraba y guardaba en el interior, dejándola inaccesible. Por último, la planta baja, un espacio concebido para la defensa, gruesos muros con tres estrechas troneras en cada lado, y que hacía también las funciones de almacén y cocina.
El secreto de las transmisiones era considerado esencial. Además de restringir el acceso a la torre, los mensajes se enviaban cifrados. El trabajo del torrero se limitaba a reproducir la posición del telégrafo emisor y comprobar que la torre siguiente lo repetía. Realizaban su trabajo en unas condiciones muy duras y exigentes, cada minuto de retraso en la transmisión les suponía un descuento de real y medio en el salario. Los mensajes se codificaban y descodificaban en las Jefaturas de Línea, utilizando para ello un "Libro de Códigos" que cambiaban con frecuencia, y utilizando como base un "Diccionario Fraseológico". Trabajo siempre tenían ya que, para comprobar la disponibilidad de la línea, desde las jefaturas enviaban periódicamente mensajes de comprobación, no había momento para el descanso. Los mensajes se componían a partir de una relación de miles de expresiones, un sistema más rápido que el sistema alfabético de letra a letra. Aunque estaba expresamente prohibido existen algunos testimonios literarios en el que, incumpliendo las órdenes, las torres vecinas se llegaban a enviar mensajes previamente pactados avisando por ejemplo de la imprevista llegada de un Inspector de línea. El uso de un libro de códigos es precisamente el eje argumental de un folletín de la época: "La Torre del Telégrafo", y que nos sirve para conocer de primera mano, la vida en las torres de telegrafía, incluido la recreación literario del abandono del servicio por uno de los torreros, una situación que en ocasiones se llegaba a producir, aunque aquí surge una eventual suplente, la hermana del torrero:
 "... Todos los días, lo mismo en invierno que en verano, tenían que estar en su puesto un cuarto de hora antes de salir el sol, y mientras durase el día hallarse pronto a servir la máquina, a menos que la lluvia, la niebla, o algún accidente en una estación intermedia les diera un rato de descanso. Había por lo regular dos empleados en cada estación, los cuales estaban de guardia alternativamente desde el mediodía hasta el anochecer, y al día siguiente hasta las doce del día. Como sólo tenían una modesta retribución ejercían la mayor parte alguna otra profesión en los intervalos que les dejaba el servicio. 
... Debía ser penosa y triste la existencia de unos hombres que, apostados en una estación solitaria en medio del campo, pasaban los días repitiendo mecánicamente señales.  No se les permitía distracción alguna en horas de trabajo. Los reglamentos prohibían del modo más severo la entrada de nadie. A decir verdad, esta prescripción no siempre se observaba con el mayor rigor en las estaciones de campo. Su ausencia, aún cuando sólo fuese de unos minutos, todo lo paraba, y una leve distracción de su parte causaba los más graves errores en la transmisión de los despachos...
¡ A tu puesto Raimundo! Aguarda al menos a que te hayan reemplazado... ¡Oh! Dios mio! El telégrafo hace de nuevo la señal! y mi hermano que se aleja! Le van a destituir... ¡Si yo pudiera!... Así fue que después de haber examinado por medio del anteojo incrustado en la pared la señal que hacía la otra estación, trató de repetirla, y lo consiguió. Pero apenas lo hubo hecho se presentó otra señal que tuvo que repetir, y luego otra y otras. La pobre joven fatigada y bañada en sudor, iba y venía sin cesar, las poleas y las cuerdas obedecían con trabajo a sus manos delicadas, y continuaba gritando con voz anhelosa: Raimundo! Ven...No puedo más...Me faltan las fuerzas...¡Raimundo!.
  
  
Es una de sus singularidades, un titánico esfuerzo para una muy corta vida, no llegó a siete años en el caso de la línea de Valencia.
Apenas se habían inaugurado las primera torres y ya existía el convencimiento general que era un sistema que muy pronto debía ser abandonado. Cumplía un excelente servicio en las comunicaciones oficiales pero estaba sujeto a tres graves inconvenientes:
No se podía comunicar de noche, dependía de las condiciones meteorológicas que afectan a la visibilidad de las señales, y un último factor no menos importante, el tener necesidad de un personal facultativo aislado y siempre en observación para poder transmitir los mensajes.
Era frecuente que las transmisiones se interrumpieran por neblinas o fuertes lluvias o por la ausencia de luz natural. Además, la línea de Valencia sumaba otro grave inconveniente, su orientación Este-Oeste, en el mismo sentido del recorrido del sol que, dependiendo de la hora del día, era un dificultad añadida para distinguir con nitidez las señales.
También ocurrían errores en la transmisión. Incluso hemos podido comprobar que en casos puntuales se llegaron a utilizar de noche, recurriendo a señales de faroles, a veces con poco acierto, como celebrar el feliz alumbramiento de un nuevo miembro de la familia real cuando realmente había fallecido en el parto:
"Ayer se recibió aquí de oficio la plausible noticia del feliz alumbramiento de SM y se echaron a vuelo las campanas llenando de gozo a estos fieles habitantes. Se suponía que la recién nacida era una niña pero a poco tiempo se supo que no había nada y se había padecido una equivocación a consecuencia de haberse visto una luz en alguna torre telegráfica que comunica con la línea de Burgos y como estuviese prevenido que si aquel fausto suceso ocurría de noche se transmitiría por medio de luces se creyó desde luego que se había realizado por haber repetido la misma operación en toda la línea".
[Diario "La Época". 28 de agosto de 1850]
Aún peor que un error de transmisión es que un mensaje en el que está en juego la vida de una persona no llegue a tiempo por una "interrupción del servicio". Es lo que ocurre con dos reos condenados a muerte que esperaban noticias de su solicitud de indulto, no contaban con un inoportuno banco de niebla:
"Ayer fueron ejecutados dos reos que se hallaban en capilla desde el día anterior. Estando pedido el indulto a S.M. el telégrafo empezó a jugar y se creía que trajese la contestación. Pero la atmósfera no permitió distinguir las señales y el parte quedó cortado...Se nos asegura que el referido parte traía el indulto para los reos".
[El Clamor, 27 de junio de 1852]
Desde 1849 se estaban haciendo pruebas con el telégrafo eléctrico en varios puntos del territorio, por el momento en tramos cortos, y paralelos al desarrollo del ferrocarril, el mejor aliado de la telegrafía eléctrica. Concretamente el primer telégrafo eléctrico es el de Madrid-Aranjuez que se inaugura en el verano de 1851, como indica la prensa "con este medio de transporte, y con el camino de hierro, Aranjuez puede considerarse una calle de Madrid", y aparecen en la prensa noticias de los primeros telegramas eléctricos entre el Presidente del Consejo de Ministros y el Gobernador que se encuentra en Aranjuez. Al año siguiente entran en funcionamiento una línea eléctrica entre Portugalete y Bilbao, al mismo tiempo que se realizan ensayos en la ciudad de Barcelona. En esas fechas el uso de la electricidad acarreaba sus peligros:
"Hallándose anteayer un operario componiendo el alambre del telégrafo eléctrico del ferrocarril de Aranjuez, sufrió un ligerísimo golpe del hilo metálico en el cuello y quedó muerto en el acto. Esta lamentable desgracia debe atribuirse a una fuerte descarga eléctrica".
[Diario "La Época". 20 de agosto de 1853]
El 12 de enero de 1852 es una fecha clave para la desaparición de la telegrafía óptica, aunque seguiría siendo un recurso habitual en el ámbito militar y en zonas donde llegaron muy tarde las líneas eléctricas. El Ministro de Fomento aprueba destinar el millón de reales que estaban inicialmente destinados a la línea óptica con Zaragoza, a las obras de la línea eléctrica Madrid a Irún por Zaragoza y Pamplona, y bajo la responsabilidad del director de Telégrafos José María Mathé. En Octubre de ese mismo año se crea la Escuela de Telégrafos, origen del Cuerpo de Telégrafos, donde ingresarían la mayoría de los antiguos torreros, y finalmente, el 5 de junio de 1854 se cursa el primer telegrama de la línea a Irún entre Guadalajara y Madrid.
A partir de entonces, y durante tres años, se produce una curiosa situación de convivencia entre la telegrafía eléctrica y la aérea, al igual que ocurrió en Francia, donde la última línea óptica dejó de funcionar en 1853, en Suecia por ejemplo se usó hasta 1880. Las últimas transmisiones de la línea de Valencia, y por tanto de la Torre de Arganda, son de la primavera de 1856. Durante las primeras semanas de abril se produce un intenso intercambio de mensajes motivados por un levantamiento popular en el Ayuntamiento de Valencia en el momento del sorteo de quintas, y que concluye con varios muertos entre mozos, amotinados y militares.
"Ayer a las siete de la tarde se recibió el siguiente parte telegráfico de Valencia: Ha cesado el fuego. Se han retirado los amotinados. La tranquilidad se ha restablecido. Nota: Suspenso por falta de luz".
[Diario "La Época". 8 de abril de 1856]
Es uno de los últimos despachos telegráficos que transitan por la línea, al día siguiente se publica la siguiente orden que anuncia el principio del fin de línea de telegrafía óptica Madrid-Valencia:
"Para hacer más rápidas y fáciles las comunicaciones entre esta corte y Valencia, el gobierno ha dispuesto valerse del telégrafo eléctrico del ferrocarril hasta Albacete, y organizar un servicio de postas entre Albacete y Valencia, que supla al telégrafo óptico, que como sucede hoy, no puede funcionar por el estado de la atmósfera".
[Diario "La Época". 9 de abril de 1856]