Las "Torres del
telégrafo" son "torres de señales" que hacían las funciones de
estaciones repetidoras de mensajes codificados. Formaban parte de una red de
transmisión de señales a distancia, son los orígenes de las redes de
telecomunicaciones.
El envío de información por medio
de señales había sido utilizado desde la antigüedad, pero no será hasta 1792,
con el telégrafo óptico del francés Claude Chappe, cuando surge el sistema que
conocemos como telegrafía óptica o "telegrafía aérea". Su desarrollo
fue generalizado en toda Europa durante la primera mitad del siglo XIX, un
sistema que se vio favorecido por la aparición de los catalejos acromáticos que
permitían situar las torres a considerables distancias, entre dos y tres leguas
(entre 8 y 12 Km.)
Eran de uso exclusivo del gobierno, no era un
sistema abierto a los particulares. Desde la cabecera de línea se enviaban
noticias u órdenes por medio de signos cifrados que se transmitían mediante un
dispositivo colocado en la cubierta de las torres. Los signos recibidos eran
sucesivamente repetidos por los torreros, sin saber el significado del mensaje,
y de ese modo, de torre en torre, los mensajes codificados llegaban en breve
tiempo al otro extremo de la línea. La velocidad era muy variable, con buenas condiciones
atmosféricas, en menos de una hora podía transitar un mensaje por las 30 torres
que formaban la línea de Madrid a Valencia, una velocidad media de más de 300
Km/hora.
Toda una revolución, ese mismo
mensaje, usando el sistema tradicional del "correo de gabinete", el
servicio de postas a caballo, podía emplear hasta 3 o 4 días en llegar a
Valencia.
Después de varios ensayos de
telegrafía óptica (Betarncourt, Hurtado, Lerena, Santa Cruz, entre otros), bajo
el reinado de Isabel II, en 1884, el gobierno aprueba el sistema propuesto por
el entonces Coronel del Estado Mayor José María Mathé.
Se trataba de un ambicioso plan
para unir Madrid con todas las capitales de provincia, nacía con un objetivo
que deja claro el diputado Campoy y Navarro en el debate de los presupuestos de
1849, cuando se aprueban 24 millones de reales para construir torres de telegrafía:
"Los telégrafos son un medio
de gobierno indispensable, aumentan su acción y sus palabras llegan al
momento"; "Se trata de poner a Valencia donde está Vallecas, a
Zaragoza donde está Canillejas y a Cádiz donde está Getafe. Su único objeto es
aumentar la acción del gobierno en las provincias en la misma proporción que se
acortan las distancias".
Una inversión muy discutida,
algunos senadores indican que "aprobar 24 millones para telégrafos
era arrojar el dinero al arroyo"
En esas mismas fechas se estaba experimentando
con la telegrafía eléctrica, Francia había apostado por ella, incluso en ese
mismo año de 1849 una compañía alemana hace una oferta al gobierno para
construir telégrafos eléctricos.
La telegrafía aérea ya resultaba
anticuada, pero todavía la telegrafía eléctrica no contaba con las suficientes
garantías para cubrir un territorio tan amplio. Además, España vivía un periodo
especialmente convulso por los conflictos dinásticos, un cable podía sabotearse
fácilmente, por lo que se valora como el sistema más seguro y fiable.
En cualquier caso, el tránsito
hacia la telegrafía eléctrica estaba en marcha y finalmente sólo se construyen
tres grandes líneas de torres, todas con una vida muy corta:
Línea
de Castilla
|
Madrid-Irún
|
52 torres
|
1846-1855
|
Línea de Cataluña
|
Madrid-Valencia
|
30 torres
|
1849-1856
|
Línea de Andalucía
|
Madrid-Cádiz
|
59 torres
|
1850-1857
|
Aunque la fecha que aparece en la
Gaceta de Madrid es posterior, 24 de Octubre de 1849, la línea de Valencia ya
funcionaba de modo formal desde el día 10 de Octubre, cumpleaños de Isabel II,
y dos meses antes se habían iniciado con éxito transmisiones.
El primer despacho telegráfico es
del 31 de agosto de 1849. Conocemos también su contenido: Desde la Torre de San
Francisco en Valencia se transmite a Madrid la felicitación por la onomástica
del Presidente del Consejo de Ministros, Ramón María Narváez.
Al año siguiente, el 25 de agosto,
se abre el ramal de Tarancón a Cuenca. También llegan a funcionar tramos
parciales entre Valencia y Barcelona, pero sin que en ningún momento llegue a
estar habilitada por completo la línea de Madrid a Cataluña.
La cabecera de línea del tramo
Madrid a Valencia estaba en la Real Casa de la Aduana de la calle Alcalá. Al
año siguiente, buscando mejorar su visibilidad, se traslada esa primera torre
al castillete que aún se conserva en la parte meridional de los jardines del
Retiro.
La torre nº2 estaba en el Cerro
Almodovar, en Vallecas, frente al Barrio de Santa Eugenia, la nº3 en los altos
de Rivas (se ha conservado el topónimo), y la nº4 era la Torre del Campillo en
Arganda.
Le siguen la de Perales de Tajuña
(no prevista inicialmente, se inaugura en octubre de 1850), dos en el municipio
de Villarejo de Salvanés, y la Torre nº8 y última de la Comunidad de Madrid, la
de Fuentidueña de Tajo, donde en 1854 falleció fulminado uno de sus torreros,
José Ferrat, al entrar un rayo por la mira del observatorio, seguramente
atraído por el metal del catalejo.
Acorde con su función gubernamental la torre era una pequeña
fortificación y su guarnición estaba formada por antiguos militares: dos
torreros que se turnaban en el servicio, y la ayuda de un ordenanza, que, según
el reglamento, tenía entre sus obligaciones de asistencia llevar los mensajes
urgentes en mano hasta la siguiente torre en caso de falta de visibilidad, una
buena caminata y llevando consigo el fusil reglamentario.
Los torreros, junto con su familia, tenían domicilio en la
localidad más cercana, no podían vivir en ella, y se desplazaban a diario antes
de las primeras luces del día, normalmente con la ayuda de una caballería, un
trasiego que se intentaba evitar haciendo turnos completos de 24 horas. La
torre consta de tres plantas, comunicadas por una escalera de caracol, y azotea
donde se instala el telégrafo. El mecanismo de transmisión se acciona desde la
tercera planta, un sistema de engranajes, poleas y cables que hacen subir y
bajar los dos indicadores: el cilindro central que señala el código a
transmitir, y la esfera lateral que avisa de incidencias en el servicio. Para facilitar
su movimiento, el mecanismo contaba con dos contrapesos que asomaban por la
planta segunda a través de una trampilla en el suelo.
El observatorio de la tercera planta es el corazón de la torre, estaba
expresamente prohibido el acceso a personas ajenas, nadie podía presenciar la
transmisión de los despachos telegráficos.
En ese reducido espacio pasaban los torreros largas jornadas, atentos
a los mensajes de alerta de las torres de vanguardia y retaguardia, siempre en
observación, valiéndose de unos catalejos colocados en dos huecos practicados
en los muros. La puerta de acceso a la torre estaba situada en altura, en la
planta primera, era necesario apoyar una escalera de mano que se retiraba y
guardaba en el interior, dejándola inaccesible. Por último, la planta baja, un
espacio concebido para la defensa, gruesos muros con tres estrechas troneras en
cada lado, y que hacía también las funciones de almacén y cocina.
El secreto de las transmisiones era considerado esencial. Además de
restringir el acceso a la torre, los mensajes se enviaban cifrados. El trabajo
del torrero se limitaba a reproducir la posición del telégrafo emisor y
comprobar que la torre siguiente lo repetía. Realizaban su trabajo en unas
condiciones muy duras y exigentes, cada minuto de retraso en la transmisión les
suponía un descuento de real y medio en el salario. Los mensajes se codificaban
y descodificaban en las Jefaturas de Línea, utilizando para ello un "Libro
de Códigos" que cambiaban con frecuencia, y utilizando como base un
"Diccionario Fraseológico". Trabajo siempre tenían ya que, para
comprobar la disponibilidad de la línea, desde las jefaturas enviaban
periódicamente mensajes de comprobación, no había momento para el descanso. Los
mensajes se componían a partir de una relación de miles de expresiones, un
sistema más rápido que el sistema alfabético de letra a letra. Aunque estaba
expresamente prohibido existen algunos testimonios literarios en el que,
incumpliendo las órdenes, las torres vecinas se llegaban a enviar mensajes previamente
pactados avisando por ejemplo de la imprevista llegada de un Inspector de
línea. El uso de un libro de códigos es precisamente el eje argumental de un
folletín de la época: "La Torre del Telégrafo", y que nos sirve para
conocer de primera mano, la vida en las torres de telegrafía, incluido la
recreación literario del abandono del servicio por uno de los torreros, una
situación que en ocasiones se llegaba a producir, aunque aquí surge una
eventual suplente, la hermana del torrero:
"... Todos los días, lo mismo en invierno que en verano,
tenían que estar en su puesto un cuarto de hora antes de salir el sol, y
mientras durase el día hallarse pronto a servir la máquina, a menos que la
lluvia, la niebla, o algún accidente en una estación intermedia les diera un
rato de descanso. Había por lo regular dos empleados en cada estación, los
cuales estaban de guardia alternativamente desde el mediodía hasta el
anochecer, y al día siguiente hasta las doce del día. Como sólo tenían una
modesta retribución ejercían la mayor parte alguna otra profesión en los
intervalos que les dejaba el servicio.
... Debía ser penosa y triste la existencia de unos hombres que,
apostados en una estación solitaria en medio del campo, pasaban los días
repitiendo mecánicamente señales. No se les permitía distracción alguna
en horas de trabajo. Los reglamentos prohibían del modo más severo la entrada
de nadie. A decir verdad, esta prescripción no siempre se observaba con el
mayor rigor en las estaciones de campo. Su ausencia, aún cuando sólo fuese de
unos minutos, todo lo paraba, y una leve distracción de su parte causaba los
más graves errores en la transmisión de los despachos...
¡ A tu puesto Raimundo! Aguarda al menos a que te hayan reemplazado...
¡Oh! Dios mio! El telégrafo hace de nuevo la señal! y mi hermano que se aleja!
Le van a destituir... ¡Si yo pudiera!... Así fue que después de haber examinado
por medio del anteojo incrustado en la pared la señal que hacía la otra
estación, trató de repetirla, y lo consiguió. Pero apenas lo hubo hecho se
presentó otra señal que tuvo que repetir, y luego otra y otras. La pobre joven
fatigada y bañada en sudor, iba y venía sin cesar, las poleas y las cuerdas
obedecían con trabajo a sus manos delicadas, y continuaba gritando con voz
anhelosa: Raimundo! Ven...No puedo más...Me faltan las fuerzas...¡Raimundo!.
Es una de sus singularidades, un
titánico esfuerzo para una muy corta vida, no llegó a siete años en el caso de
la línea de Valencia.
Apenas se habían inaugurado las
primera torres y ya existía el convencimiento general que era un sistema que
muy pronto debía ser abandonado. Cumplía un excelente servicio en las
comunicaciones oficiales pero estaba sujeto a tres graves inconvenientes:
No se podía comunicar de noche,
dependía de las condiciones meteorológicas que afectan a la visibilidad de las
señales, y un último factor no menos importante, el tener necesidad de un
personal facultativo aislado y siempre en observación para poder transmitir los
mensajes.
Era frecuente que las transmisiones
se interrumpieran por neblinas o fuertes lluvias o por la ausencia de luz
natural. Además, la línea de Valencia sumaba otro grave inconveniente, su
orientación Este-Oeste, en el mismo sentido del recorrido del sol que,
dependiendo de la hora del día, era un dificultad añadida para distinguir con
nitidez las señales.
También ocurrían errores en la
transmisión. Incluso hemos podido comprobar que en casos puntuales se llegaron
a utilizar de noche, recurriendo a señales de faroles, a veces con poco
acierto, como celebrar el feliz alumbramiento de un nuevo miembro de la familia
real cuando realmente había fallecido en el parto:
"Ayer se recibió aquí de
oficio la plausible noticia del feliz alumbramiento de SM y se echaron a vuelo
las campanas llenando de gozo a estos fieles habitantes. Se suponía que la
recién nacida era una niña pero a poco tiempo se supo que no había nada y se
había padecido una equivocación a consecuencia de haberse visto una luz en
alguna torre telegráfica que comunica con la línea de Burgos y como estuviese
prevenido que si aquel fausto suceso ocurría de noche se transmitiría por medio
de luces se creyó desde luego que se había realizado por haber repetido la
misma operación en toda la línea".
[Diario "La Época". 28 de
agosto de 1850]
Aún peor que un error de
transmisión es que un mensaje en el que está en juego la vida de una persona no
llegue a tiempo por una "interrupción del servicio". Es lo que ocurre
con dos reos condenados a muerte que esperaban noticias de su solicitud de
indulto, no contaban con un inoportuno banco de niebla:
"Ayer fueron ejecutados dos
reos que se hallaban en capilla desde el día anterior. Estando pedido el
indulto a S.M. el telégrafo empezó a jugar y se creía que trajese la
contestación. Pero la atmósfera no permitió distinguir las señales y el parte
quedó cortado...Se nos asegura que el referido parte traía el indulto para los
reos".
[El Clamor, 27 de junio de 1852]
Desde 1849 se estaban haciendo
pruebas con el telégrafo eléctrico en varios puntos del territorio, por el
momento en tramos cortos, y paralelos al desarrollo del ferrocarril, el mejor
aliado de la telegrafía eléctrica. Concretamente el primer telégrafo eléctrico
es el de Madrid-Aranjuez que se inaugura en el verano de 1851, como indica la
prensa "con este medio de transporte, y con el camino de hierro, Aranjuez
puede considerarse una calle de Madrid", y aparecen en la prensa noticias
de los primeros telegramas eléctricos entre el Presidente del Consejo de Ministros
y el Gobernador que se encuentra en Aranjuez. Al año siguiente entran en
funcionamiento una línea eléctrica entre Portugalete y Bilbao, al mismo tiempo
que se realizan ensayos en la ciudad de Barcelona. En esas fechas el uso de la
electricidad acarreaba sus peligros:
"Hallándose anteayer un
operario componiendo el alambre del telégrafo eléctrico del ferrocarril de
Aranjuez, sufrió un ligerísimo golpe del hilo metálico en el cuello y quedó
muerto en el acto. Esta lamentable desgracia debe atribuirse a una fuerte
descarga eléctrica".
[Diario "La Época". 20 de
agosto de 1853]
El 12 de enero de 1852 es una fecha
clave para la desaparición de la telegrafía óptica, aunque seguiría siendo un
recurso habitual en el ámbito militar y en zonas donde llegaron muy tarde las
líneas eléctricas. El Ministro de Fomento aprueba destinar el millón de reales
que estaban inicialmente destinados a la línea óptica con Zaragoza, a las obras
de la línea eléctrica Madrid a Irún por Zaragoza y Pamplona, y bajo la
responsabilidad del director de Telégrafos José María Mathé. En Octubre de ese
mismo año se crea la Escuela de Telégrafos, origen del Cuerpo de Telégrafos,
donde ingresarían la mayoría de los antiguos torreros, y finalmente, el 5 de
junio de 1854 se cursa el primer telegrama de la línea a Irún entre Guadalajara
y Madrid.
A partir de entonces, y durante
tres años, se produce una curiosa situación de convivencia entre la telegrafía
eléctrica y la aérea, al igual que ocurrió en Francia, donde la última línea
óptica dejó de funcionar en 1853, en Suecia por ejemplo se usó hasta 1880. Las
últimas transmisiones de la línea de Valencia, y por tanto de la Torre de
Arganda, son de la primavera de 1856. Durante las primeras semanas de abril se
produce un intenso intercambio de mensajes motivados por un levantamiento
popular en el Ayuntamiento de Valencia en el momento del sorteo de quintas, y
que concluye con varios muertos entre mozos, amotinados y militares.
"Ayer a las siete de la tarde
se recibió el siguiente parte telegráfico de Valencia: Ha cesado el fuego. Se
han retirado los amotinados. La tranquilidad se ha restablecido. Nota: Suspenso
por falta de luz".
[Diario "La Época". 8 de
abril de 1856]
Es uno de los últimos despachos telegráficos que
transitan por la línea, al día siguiente se publica la siguiente orden que
anuncia el principio del fin de línea de telegrafía óptica Madrid-Valencia:
"Para hacer más rápidas y
fáciles las comunicaciones entre esta corte y Valencia, el gobierno ha
dispuesto valerse del telégrafo eléctrico del ferrocarril hasta Albacete, y
organizar un servicio de postas entre Albacete y Valencia, que supla al
telégrafo óptico, que como sucede hoy, no puede funcionar por el estado de la
atmósfera".
[Diario "La Época". 9 de
abril de 1856]
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